miércoles

¿Por qué mejor no bailamos?

Al diablo los juegos de mesa

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Ah como chingan con ese disco. Ayer anduve de mirona en algunas tiendas, soñando que sacaba la tarjeta y me llevaba todo cuanto mis ojos veían con deleite. Que me compraba la nueva novela de Zoe Valdéz sobre mi ídolo, la hermosa Remedios Varo, o el “Mucho” de Babasonicos, un reloj nuevo, etc. Sin embargo, ese placer tan femenino se vio opacado por el maldito disco reciente de Luis Miguel que sonaba en todas las puñetaeras tiendas en las que anduve. Cada estrofa, cada frase gritona, cada canción me provocaban la misma sensación de histeria y mal humor como cuando te pegas con la esquina de la cama o la señora de atrás te da un llegue con el carrito del súper justo en el tobillo. Es horrendo, aseñorado, aburrido, angustiante. ¡Y lo ponen en todos lados! Si por mi fuera quémenlos todos, pero no, tal parece que esa tortura continuará por lo menos hasta que se les pase la emoción.

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El otro día, en vísperas de mi aniversario número veinti..cof, cof. fuí a comer al Manhattan’s que está en la carretera nacional, justo en la zona nueva donde todos los juniors (y wanabe high society) están fincando sus residencias o comprando sus “casitas” de ensueño contemporáneas. Yo me conformo con uno de los departamentos (minimalistas, ecológicos, whatever, porque también tengo derecho a ser chica chic) que están adelante de Plaza Fiesta. Bueno, el caso es que llegamos al restaurante que por ser entre semana y pasadas las cuatro de la tarde estaba a nuestras anchas sin el bullicio, el ajetreo y el peleadero de mesas que hay en los restaurantes céntricos.
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Nos sentamos en una de las mesas panorámicas con vista al cerro (como si no hubiera suficientes cerros en la ciudad que admirar a diario) y mientras nos veíamos las caras y platicábamos de naderías se les ocurrió la genial idea de traer los juegos de mesa. En mi cabeza surgió de inmediato la frase: “Ay, no, ahí vamos” porque sí, lo confieso, los juegos de mesa me hacen bostezar. No tengo agilidad mental, soy distraída.

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“Puede ser divertido” me dije como que no quiere la cosa con la intención de alentarme. Y comenzamos con el Jenga. Sorpresivamente la suerte estuvo de mi lado porque gané tres de cuatro y yo que no me consideraba con buen pulso. Claro, para eso hay que aguantar los minutos que a mi cerebro le lleva planear una estrategia – que no son pocos- pero me aburrí.
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Después le siguió el Scrable en donde lo que más me agrada es ver letritas por todos lados (tengo obsesión tipográfica) pero me jode la cabeza pensar palabras a fuercitas. Me gustan las palabras; sin embargo, a los malditos anagramas les tengo su respetito. Conozco a alguien que es buena para hacer anagramas – sin proponérselo- de repente saca unos bien ingeniosos y hasta cómicos, es buenísima, pero no lo sabe. Por ejemplo: “rita”

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Y no ayudaba el hecho de que las pantallas estaban pasando videos ochentosos bien bailables. Desde Depeche Mode “Personal Jesús”, hasta Culture Club con “Karma Chamaleon” canción jostisíma y pegajosa. Cual parodia ochentas era mejor dejar esos juegos mierdosos y estresantes y ponerse a bailar en las sillas y mesas. Porque yo no me puedo controlar y muevo los pies sin disimulo cuando escucho “You Spin Me Round” canción súper kareokera (sic) cómico- jota, aaay, mana, loca, perrra!
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Por suerte nuestra orden llegó a despertarme y con buen pretexto para liberarme del Scrable. ¿No sería mejor que aparte de juegos pusieran libros y revistas para los que nos distraemos de otras maneras? Eso es lo que me gustaba de “El Infinito” café al que hace muchísimos ayeres no voy porque he caminado tantas veces por el Barrio antiguo (con esa nostalgia por Gto, mis sueños coloniales y europeos de conocer Praga, que ya sé, nada qué ver, absténganse de reír, pero, bueno, una peca de romanticismo) que ya vomito en sus calles y me da mucha flojera. Es más, hasta recuerdo con risa aquel tianguis cultural que jamás pegó. En tres ocasiones fui a ver a Rubí exponer sus obras y en un mes no vendió ni un puto cuadro, ambas ya mejor reíamos. Volviendo al tema, la comida del Manhattan’s no es la gran cosa, sabe a lo mismo que un Chillis, un Appeblees, un Benningans, pero la decoración es menos aseñorada, como para treintones y se agradece.

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No todo estaba mal, me fue bien en la sobre mesa con el dominó. Gané tres de cinco. Aún así mi karma con los juegos de mesa sigue en focos rojos, odio el turista, el monopoly, el ajedrez, las damas chinas, la matatena y muchos otros que ya no recuerdo ni cómo se juegan. Por el billar ni pregunten. ¿Hay salvación, señor? El de las manos calientes se me da muy bien, es así cómo se llama, ¿no? Oficialmente desafortunada en el juego, snif.
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And u?

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